jueves, 25 de julio de 2024

Masai Mara

           En el Parque Nacional Masai Mara con Kandili Camp




Masai-Mara es el Parque Nacional por excelencia de Kenia, aunque no el más grande,

 (esta cualidad le corresponde a los Tsavo), si es el primer destino en cuanto a safaris.

A Masai-Mara se puede llegar en avioneta, a una pequeña pista sin asfaltar como la de Mushara. En un principio contemplamos esta posibilidad, pero pensamos que ir de Nairobi hasta el  mismo Parque Nacional (la pista está dentro del Parque), sería pasar por alto todo un país, sus carreteras, sus pueblos, la sucesión de paisajes… Así que nos quedaban dos posibilidades: el transporte público o alquilar un vehículo con conductor. La primera la desechamos porque los “matatus”, los pequeños y coloridos autobuses no eran muy recomendables para los “mzungus” o blancos, porque habría que hacer muchos trasbordos y la parte final en la región Masai, no hay grandes poblaciones, así que sería una tarea de incierto resultado. No nos quedaba más solución que el alquiler con conductor.

A las siete de la mañana emprendimos el viaje con Robert, después de un pequeño equívoco porque se confundió de hotel donde recogernos. Abandonar Nairobi hacia el Norte es contemplar una ciudad desde el centro hasta sus interminables arrabales, con zonas residenciales, pero también con grandes concentraciones de infraviviendas y multitud de personas caminando hacia el centro por todas las calles y carreteras.



Nairobi está  en las tierras altas de Kenia, con un clima bastante suave. Abandonamos la autopista del Norte y nos asomamos al valle del Rift, la gran franja de 9000 kms. que recorre todo el este de África. Este valle es una fractura geológica colosal que dentro de unos millones de años separará del continente lo hoy es  Sudán, Etiopia, Somalia, Kenia, Tanzania y Mozambique. También fue la cuna de la Humanidad, donde  los primates echaron a andar y se convirtieron en nuestros antecesores.


 Narok es la última población que atravesamos antes de adentrarnos en el país Masai. El asfalto se acaba, empezamos a ver los pastores con sus rebaños de vacas, y al poco, las cebras pastan entre las vacas domésticas.



Nuestro primer problema con Robert. En un cruce de caminos, el GPS indica a Marina que siguiendo por una pista estamos a siete minutos del Camp donde nos esperan para comer. El conductor ignora sus indicaciones, y dando la vuelta pregunta a un masai que viaja en moto; este le da unas indicaciones que contradicen el Google map y decide obedecer al paisano. Tardamos casi una hora en llegar a nuestro destino por un camino difícil, pensando que nos hemos perdido en mitad de la sabana. Machismo, dice Marina.

La amabilidad con que nos reciben William y sus colaboradores, además de una excelente comida a la sombra de una acacia, nos hacen olvidar el contratiempo. Decidimos dar un descanso a Robert de dos días para visitar la reserva con los guías del Camp.

 

 


 


 

Aquella misma tarde, damos un paseo por las colinas donde se encuentra el Kandili Camp dirigidos por Jackson, un masai serio y algo altivo pero muy bien informado. Nos acompaña un grupo de estudiantes norteamericanos que no parecen querer interactuar ni con el medio ni con los compañeros de la excursión.



 La visión de la sabana desde estas colinas, con una tormenta barriendo el horizonte, es como una revelación que va más allá de la simple percepción. Desde pequeños hemos sabido de los principales biomas del planeta: la tundra ártica, la taiga de coníferas, los bosques templados caducifolios, la sabana africana y las selvas húmedas tropicales. Así que estamos asistiendo a la “creación” para nosotros de uno de ellos.

 


Hay un afloramiento de rocas oscuras en lo alto de la colina. Jackson nos informa de que son basaltos, una roca volcánica eyectada al exterior desde el interior de la corteza en esta grieta llamada Rift. Con prismáticos se divisan algunos elefantes y algunas gacelas. No hay que temer a leones o leopardos, los primeros andan lejos, y los segundos no suelen abandonar unas cornisas rocosas al otro extremo de la colina.

Dormimos en unas elegantes cabañas de lona, escuchando toda la noche las risas de las hienas e innumerables cantos de aves. Al amanecer se hacen más intensos estos, hay un bonito pájaro azul empeñado en despertarnos.



El día se promete emocionante, a las siete estamos pagando las tasas de acceso al parque nacional. Vigilando la kafkiana puerta hay dos soldados armados con fusiles de asalto, vamos comprobando que en este país hay una obsesión por la seguridad, que no terminamos de entender. El Camp está muy cerca del acceso, y para llegar ya hemos visto gacelas, elams, copis y cebras que ya empiezan a resultarnos cotidianas.



Abundan los montículos que forman los termiteros. Edward Wilson decía que el animal más abundante en la sabana es la hormiga. Este biólogo ha contribuido de forma notable al estudio de esto invertebrados, pero sobre todo, se le recordará por un término que acuñó: “biodiversidad”. Las termitas recogen restos vegetales, los fermentan en sus termiteros y se alimentan de un hongo que producen. Así que son una comunidad agricultora. También hay otras hormigas, las guerreras matabele, que saquean los termiteros buscando las larvas de las termitas.

Poco antes de la independencia del país en 1963, un documental llamado “El Serengueti no debe morir” del científico alemán Bernhard Grzimek ganó el Oscar en su categoría. Llevaba años grabando escenas de la vida salvaje entre Tanzania y Kenia y temía que con la independencia se intensificara el reparto de tierras para la agricultura. No fue así, la inicial reserva de caza creada por los británicos, se convirtió en Parque Nacional con la prohibición de crear asentamientos humanos. Los keniatas comprendieron también la importancia de la protección y crearon numerosas reservas en torno al río Mara para asegurarse del libre flujo de herbívoros desde el Serengueti hacia las sabanas del Norte. La ciencia de la ecología que estaba naciendo en aquellos años puso en evidencia la estrecha y necesaria relación de las enormes concentraciones de herbívoros con la pervivencia de la sabana.

Accedemos a la reserva y pronto vemos avestruces, grullas de corona, impalas y búfalos. Nos movemos por los caminos en los que no se ven otros vehículos, salvo unos rangers que chequean nuestros tickets de acceso. Parece que el ecosistema es para nosotros dos y nuestro guía, Simon, un masai discreto, buen rastreador y dispuesto a pasar todo el día buscando animales que poner delante del teleobjetivo de nuestras nikons. Además esta fascinado por Marina, por su conversación y muy interesado por sus viajes a Indonesia. Marina le pregunta cuantas mujeres tiene y se tranquiliza porque solo tiene una. Ayer se indignó porque Jackson nuestro acompañante del trekking tenía dos mujeres y diez hijos. La poligamia sigue existiendo entre los masais, y como teme Marina, también la ablacción de las niñas.




En las colinas donde está el Kandili Camp hay muchas acacias de pequeño porte y ramas torcidas. Black acacia, dicen los masais. También vimos una Kigellia africana (árbol de las salchichas) y otro árbol frondoso del que Jackson presumía de saber su nombre científico, aunque no he encontrado ese nombre en ninguna de las guías botánicas que he consultado. Hoy la sabana es más abierta, solo se ven árboles en las riveras de los ríos y algunos ejemplares de una especie que Simon nombra como “Balanite acacia”, y puede que no vaya desencaminado porque existe un árbol llamado Balanites en esta zona de África con varias especies posibles. También acierta con el nombre de un arbusto muy abundante: “african crottom”.



Mientras conduce por los caminos, Simon va escrutando el paisaje. De repente se para y nos avisa de que estemos preparados, y así es, al poco aparece un guepardo (cheeta) que nos ignora completamente y se sitúa sobre una roca a escasos tres metros del vehículo. Nuestro guía nos dice que si esperamos pacientemente y aparece alguna gacela podremos ver una escena de caza. Mientras, Marina sube a Instagram una foto del guepardo y una asociación conservacionista local comenta que llevaban mucho tiempo sin ver a este animal y que se alegran de que esté por la zona. Cuando volvemos al campamento por la noche, William, con estudios especializados en la biología de estos felinos, nos confirma su nombre y que él mismo lo alimentó de pequeño en un programa de conservación. Hasta se le subió una vez al vehículo con actitud cariñosa pero con gran susto de los turistas del safari.









Pasamos un buen rato con el guepardo al lado oteando la pradera, pero el único animal que asoma es una colonia de mangostas en la que no tiene ningún interés. Así que Simon decide seguir el camino y se dirige a un bosquete donde un grupo de leonas duerme a pierna suelta. 


Nuestro driver se ha enterado de que este clan de leones, conocido como Topy Pride, la noche anterior abandonó la reserva y se dio un buen banquete con varias vacas masais. El macho está durmiendo a la sombra de una acacia solitaria a unos cientos de metros. No muestra ningún interés por nosotros, abre un ojo sin levantar la cabeza, nos mira y sigue durmiendo. Estar en un vehículo completamente abierto a pocos metros de un felino así resulta algo inquietante, pero Simon nos dice que podemos estar tranquilos, ha cenado bien. Al rato, las leonas que habíamos visto antes se acercan juguetonas y rodeando el vehículo se tumban al lado del rey.










Unas semanas antes del viaje apareció en la prensa que en el Parque Nacional Ambroselli, cerca del Kilimanjaro, los pastores masais habían matado a un león, viejo conocido en la zona, por cebarse con sus vacas. Es un caso aislado, en general la tribu masai ha comprendido que la protección de la fauna salvaje es más rentable que sus propias vacas, cuando se les deja gestionar los alojamientos para turistas y ser rastreadores de safaris fotográficos.

Hemos llevado en el viaje un libro excelente: “Matumbo” del periodista español Javier Triana, corresponsal en este país durante varios años y que ha tomado el pulso a la realidad keniata. En un capítulo dedicado a los nuevos pastores masais que han cambiado las lanzas por los todoterrenos, coincide con las impresiones que nos trasmite Simon: “ La fauna salvaje era antes símbolo de amenaza pero ahora es una garantía de futuro para nuestros hijos”.











Después de nuestro acercamiento a los leones, nos dirigimos a un río cercano para presenciar como lo vadean un grupo de elefantes, con crías de diferentes edades. Ha llegado la hora de comer y hacemos un picnic a la sombra de una acacia cercana a la que ocupan los leones. A pesar de la interesante información que nos trasmite Simon no dejo de mirar de reojo por si el Topy Pride decide mudarse a nuestra sombra.



Después de comer nos dirigimos hacia una zona frecuentada por jirafas. Seguimos sin cruzarnos con ningún otro vehículo y con gran habilidad, Simon se coloca frente a una familia de jirafas formada por dos progenitores y dos crías. Durante un buen rato las fotografiamos y nos maravillamos de su elegancia y de su sutileza para comer las hojas de los árboles. El macho parece reparar en nosotros y cruza un arroyito que lo separa del vehículo, por un momento parece que va a meter la cabeza dentro, está tan cerca que los teleobjetivos son inoperantes.

















Ahora p
onemos rumbo al río Mara, se divisa al fondo la tupida arboleda de ribera que lo flanquea. Por el camino vemos un solitario elefante que solo tiene un colmillo, un grupo de hienas jóvenes y un descomunal lagarto: el monitor del Nilo. El río Mara es tal y como lo hemos visto en los documentales de Naturaleza, con un meandro de terraplenes terrosos. Durante un buen rato nos sentimos operadores de la BBC, unos cuantos hipopótamos chapotean debajo, y un gigantesco cocodrilo espera a la gran migración de ñus que se producirá dentro de un mes para comer.
























Richard Attemborough en su excelente libro de memorias “Una vida en nuestro planeta”, cuenta sus andanzas como realizador de programas de naturaleza,  también un análisis del estado actual del planeta y unas propuestas de mejora. Pone como ejemplo el caso de los masáis: “Ahora, las comunidades masáis de las tierras vecinas -al ver el éxito que han conseguido sus vecinos- también han comenzado a adoptar el modelo de las zonas de conservación. En unas pocas décadas, gracias a una red de áreas protegidas conectadas por medio de corredores para la flora y la fauna salvaje, los herbazales podrían extenderse desde las orillas del lago Victoria a las costas del océano Ïndico, y todo por el puro y simple hecho de haber descubierto que la biodiversidad tiene un auténtico valor práctico”.





A estas horas de la tarde hay que pensar en volver. No se puede circular por los caminos de la reserva después de las 6 de la tarde, es la hora invariable de la puesta del sol en las latitudes cercanas al Ecuador. Mañana en Nakuru, al norte, estaremos en Latitud 0º, 20’

La cena es el aire libre, en torno a una hoguera. Nos acompañan una pareja de fotógrafos franceses y otra de honey mooner españoles, los norteamericanos siguen en su peña, y ellos se lo pierden, porque al terminar la cena todo el personal del camp se acercan cantando y bailando con una tarta que pone el cocinero delante de mis narices, en una mano lleva un cuchillo de tamaño machete. Marina les había dicho que el viaje era un regalo suyo por mi cumpleaños, así que tengo una bonita fiesta donde terminamos haciendo todos el salto masái. Hasta un elefante se asoma al fondo, pero como no está invitado se aleja educadamente.

La noche es mágica, con la cabeza llena de las imágenes que se han grabado en este día. La avifauna nocturna es jaleosa, pero no apaga el ruido y la agitación de tripas que me está produciendo el malarone. Con la primera luz salgo de la tienda, saludado por los escandalosos pájaros azules. Camino por los alrededores queriendo atrapar todos los detalles de este amanecer único, fijándome en ellos, pero a la vez procurando silenciar mi monólogo interno. La emoción me inunda con una gran calma, Marina me ha traído a un sitio maravilloso, tanto como la visita que hicimos a la Patagonia chilena hace cuatro años. Se puede decir que la vida me ha deparado una hija que me suministra grandes vivencias. Gran suerte.

 Estamos muy acostumbrados al turismo masivo que ha invadido las costas de nuestro país, y por eso nos extraña la ausencia total de cualquier tipo de construcción para alojamiento costero. Todo el turismo que visita el Masai Mara se aloja en campamentos, nada baratos, eso si, pero la garantía de que perviva este ecosistema .




Después del desayuno y despedidas, nos encontramos con Robert, tiene un ojo completamente inflamado por la picadura de una abeja. Ayer estaba tan agobiado, que sin hacer caso a los masais del camp, se fue hasta Narok en un viaje de cuatro horas para comprar ibuprofeno en una farmacia, cuando le decían que se le pasaría en un par de días. Le preguntamos si puede conducir y como parece muy preocupado, Marina se ofrece a conducir el todoterreno hasta nuestro destino de hoy en el lago Nakuru, y todo su machismo  se tambalea y casi acepta. Aún así, le  hacemos que desayune y se tome un comprimido de polaramine que llevamos en nuestro botiquín de viaje. Nos ha parecido que Robert trata con un cierto menosprecio a los masais, se jacta de vivir en Karen el barrio mas elegante de Nairobi. Quizás sea una rencilla tribal entre masais y kikuyos…

Seguimos viendo las tierras altas de Kenia, las colinas abigarradas de granjas y el lago Nakuru, donde también se puede hacer safari, pero está muy concurrido, muchos vehículos como el nuestro se mueven por los alrededores del lago y se comunican entre ellos donde hay un grupo de leones o de rinocerontes. Sabemos que nuestro safari de ayer fue insuperable, aunque los alrededores del lago ofrecen ofrecen una buena concentración de fauna.



          









 

No hay comentarios:

Publicar un comentario